El milagro de los gestos

Hay que tener mucha fe para creer que una visita papal puede cambiar el rumbo torcido de los políticos de carne y hueso. Pero si algo les sobra a los miles de jóvenes católicos que se han dado cita en Río de Janeiro, es la convicción de que el Papa Francisco puede sacudir los cimientos del mismísimo Corcovado al que le cantó Antonio Carlos Jobim.

Jorge Mario Bergoglio ha viajado a Brasil portando una modesta maleta que simboliza la impronta de su pontificado: fuera la suntuosidad de la Curia romana para imponer un estilo apegado al pueblo. Francisco es un defensor de la Iglesia austera que predica con el ejemplo. No obstante, este Papa marca distancias con el jesuita brasileño Leonardo Boff, uno de los impulsores de la Teología de la Liberación que justificó la violencia para erradicar la pobreza, pues no fue ésa su doctrina en sus tiempos de arzobispo y cardenal en Argentina.

Pero sin duda Bergoglio, que en su Buenos Aires natal vivió humildemente y cultivó la catequesis en las villas miseria, está decidido a mostrar la coherencia de su pensamiento y sus actos. De ahí su insistencia, incluso arriesgando su seguridad como sucedió a su llegada a Río cuando su vehículo se vio atrapado entre el gentío, de desplazarse en autos sencillos, departir con la gente y reunirse con los sectores más marginados de la juventud a la que procura darle aliento.Francisco ha llegado al país sudamericano en un momento en el que la confianza colectiva en el actual Gobierno atraviesa sus horas más bajas. Si el sucesor de Benedicto XVI le ha dicho al Vaticano que ya basta de escándalos que le han restado credibilidad a la jerarquía eclesiástica, los brasileños le han manifestado a la clase política que están hartos de la corrupción y una mala gestión de los recursos que afecta su calidad de vida. Un descontento que le están trasmitiendo al Papa por medio de protestas con la esperanza de que su presencia sirva de aviso a quienes aspiran a ganar en las urnas con fórmulas desgastadas.

Aunque Bergoglio no desea hacer de su primer viaje papal un mitin con tintes políticos, desde el principio su mensaje ha sido el de recalcar la importancia de no dejar atrás a los jóvenes cuando el panorama –sin ir más lejos en el sur de Europa– es desolador para una generación que no consigue encontrar su primer trabajo. El Papa se refiere a ellos como la «generación perdida» de desempleados crónicos. Durante su estancia en la ciudad carioca Francisco hace hincapié en que la juventud debe ser «protagonista de su propio porvenir». Y aunque el paro no es en Brasil el principal problema, al situarse en un 5,8% entre la población activa según datos publicados del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, en las favelas los muchachos sortean la muerte y difícilmente escapan al submundo de las drogas. Un círculo de pobreza estructural que Francisco conocerá de cerca en el peligroso barrio de Varginho, en cárceles y centros de drogodependientes que visitará en su recorrido pastoral.

Hay que tener toda la fe del mundo para confiar en que este Papa pueda multiplicar los panes y los peces en una realidad global en la que muchos jóvenes se sienten estafados por modelos políticos que sabotean su futuro. Pero en cada gesto suyo Bergoglio conjura el milagro de lo que parece imposible.